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Articulo

| Antonio Rengifo Balarezo | rengifoantonio@gmail.com

“Lucho Barrios, indiscutible ídolo popular, ha pasado a la posteridad. Su nombre está íntimamente asociado a la interpretación de numerosos boleros, entre ellos, Marabú; “el himno” del bolero peruano; acogido en todos los barrios populosos del Perú; el bolero peruano ha sido tildado indistintamente con varios adjetivos: cantinero, rockolero, y en Chile, cebollero; por no decir lacrimógeno; pero de gran aceptación en el pueblo. . ."

En el género musical llamado BOLERO, hay varios estilos inconfundibles: bolero ranchero (México), bolero son (Cuba), bolero tango (Argentina), bolero pasillo (Ecuador) y, por supuesto, nuestro bolero, el bolero peruano, Y en cada uno de esos estilos hay un intérprete y un tema emblemático. En el Perú, como es obvio decirlo, Lucho Barrios y el bolero Marabú.

Siempre se le dijo Lucho por cariño y no Luis a secas. También recibió el apelativo popular de “Cabezón; pero, dicho, igualmente, con cariño y que a él, por supuesto, no le desagradaba. El bolero cantinero es un aporte peruano al mundo; como lo ha sido, salvando las diferencias, el enfoque socialista de José Carlos Mariátegui a la interpretación de la realidad peruana. Para mi amigo Ernesto Odebret, no debe calificarse de “cantinero” al bolero peruano. Y tiene razón




Aunque el bolero peruano es urbano y de las campiñas costeñas, tiene influencia serrana; una cierta nostalgia y tristeza escondida, un desgarramiento interior. Es un necesario deshago sentimental. En el bolero cantinero hay un fatalismo optimista que le da “el toque” de su raigambre popular. Así como también la guitarra típica para el acompañamiento musical. Nuestro país es prolífico en cantantes de boleros que forman parte del imaginario popular. Mencionaré solo uno de los grandes intérpretes: Pedrito Otiniano. En una de sus canciones se refiere al sentimiento del despecho: Mi culpa fue adorarte como un necio.

Una cantina típica existía en mi viejo barrio de la Unidad Vecinal N°3 del cercado de Lima. Era la cantina de María y José Tokumori. En un solo ambiente estaba la rockola que presidía el salón, junto al mostrador se exhibían viandas en fuentes de fierro enlozado que contenían cau caú, lomo saltado, patita con maní, tallarines en salsa roja, etc., etc. El piso estaba regado con aserrín; al lado, un pequeño urinario con media puerta en vaivén.

Cualquiera no saborea un bolero, más aún cantado por Lucho, hay que tener barrio, escucharlo entre copa y copa para sentir que a uno le remueven los conchos, entra en trance, y ser capaz de “cortarse las venas” por un amor que hubiera sido y no fue. Lucho Barrios no necesitaba de gestos histéricos ni melodramáticos o de un escenario con efectos especiales para conmover, simplemente, irradiaba simpatía; era uno de los nuestros. De estatura como el promedio de los peruanos, cuello corto, un poco excedido de peso y mirada serena, algo infantil.


Aunque el bolero peruano es urbano y de las campiñas costeñas, tiene influencia serrana; una cierta nostalgia y tristeza escondida, un desgarramiento interior. Es un necesario deshago sentimental. En el bolero cantinero hay un fatalismo optimista que le da “el toque” de su raigambre popular. Así como también la guitarra típica para el acompañamiento musical. Nuestro país es prolífico en cantantes de boleros que forman parte del imaginario popular. Mencionaré solo uno de los grandes intérpretes: Pedrito Otiniano. En una de sus canciones se refiere al sentimiento del despecho: Mi culpa fue adorarte como un necio.

Una cantina típica existía en mi viejo barrio de la Unidad Vecinal N°3 del cercado de Lima. Era la cantina de María y José Tokumori. En un solo ambiente estaba la rockola que presidía el salón, junto al mostrador se exhibían viandas en fuentes de fierro enlozado que contenían cau caú, lomo saltado, patita con maní, tallarines en salsa roja, etc., etc. El piso estaba regado con aserrín; al lado, un pequeño urinario con media puerta en vaivén.

Cualquiera no saborea un bolero, más aún cantado por Lucho, hay que tener barrio, escucharlo entre copa y copa para sentir que a uno le remueven los conchos, entra en trance, y ser capaz de “cortarse las venas” por un amor que hubiera sido y no fue. Lucho Barrios no necesitaba de gestos histéricos ni melodramáticos o de un escenario con efectos especiales para conmover, simplemente, irradiaba simpatía; era uno de los nuestros. De estatura como el promedio de los peruanos, cuello corto, un poco excedido de peso y mirada serena, algo infantil.

Para bailar un bolero peruano hay que ser exquisito, con cierto refinamiento. El uso de la corbata es disonante con el ambiente relativamente prostibulario del local; la más de las veces es un bar ubicado en los alrededores de un mercado popular. La vestimenta masculina está compuesta por pantalón blanco, mocasines negros con medias blancas, camisa azul oscuro con bolitas blancas, abierta para mostrar los vellos varoniles del pecho y una humilde cadenita de oro con su cruz. Por último, los bigotes bien alineados tal como los del cantante Daniel Santos o Javier Solís.

Se prefiere bailar al pie de una rockola, con una chola caderona y de excesivos pechereques o una zamba de superlativo tafanario. La chola, generalmente, debe ostentar zapatos de tacones cubanos. dos trenzas que le serpentean por sus opulentos pechos, una blusa blanca con bobos y una falda amplia, generalmente, de color concho de vino con una abertura en el lado posterior en donde asoma la enagua; con un insinuante ribete de encaje en la parte central e inferior. Este detalle es un mensaje implícito que significa: “sígueme pollo”.

La zamba debe estar cimentada con uno zapatos de piel de culebra y tacones de cono invertido. Ascendiendo la mirada apreciaremos que está enfundada en un pantalón pescador “al cuete” de color turquesa; poco más arriba, una impresionante curvatura del Diablo en la parte dorsal; luego viene un polo negro escotado para mostrarse oferente; en la espalda del polo, lentejuelas blancas que configuran un corazón con la inscripción: Mi amor.

Para que más... Los pesares huyen despavoridos y las heridas cicatrizan. Gracias, Lucho.

Post Data- El zambo Alfonso Costa Saldaña, mi desarraigado amigo de barrio de la Unidad vecinal N°3, no entiende que me agraden los boleros típicamente peruanos y, a la vez, la música clásica.



El autor de la nota, con gorrita, y su amigo Rodolfo Clausen, ante una “rockola” de cantina con discos de 45 r.p.m.

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